miércoles, 19 de noviembre de 2008

Monstruos y seres Mágicos

Existe un conjunto de seres imaginarios que parecen haber sido los sucesores de las espantosas gorgonas, hidras, y quimeras de las antiguas supersticiones y que, al no guardar relación con los antiguos dioses del paganismo, siguen existiendo en la creencia popular, después de que el cristianismo suprimiera todo lo pagano. Quizá aparezcan alguna vez mencionados por escritores clásicos, pero parece que fue en tiempos más modernos cuando más populares se hicieron.

A) El FÉNIX:

El fénix era un ave legendaria que vivía en Arabia. Según la tradición, se consumía por acción del fuego cada 500 años, y una nueva y joven surgía de sus cenizas. En la mitología egipcia, el ave fénix representaba el Sol, que muere por la noche y renace por la mañana. La tradición cristiana primitiva adoptaba al ave fénix como símbolo a la vez de la inmortalidad y de la resurrección. Se le ha visto una relación con el pájaro de fuego de la mitología aborigen americana.

B) EL BASILISCO:

Este animal fue llamado el rey de las serpientes, y para confirmar su realeza fue dotado de una cresta sobre la cabeza a modo de corona. Se suponía que nacía del huevo de un gallo que era empollado por sapos o serpientes. Había dos especies de este animal: la primera quemaba todo lo que se le acercaba, y la segunda era una especie de cabeza de medusa ambulante cuya mirada causaba un horror instantáneo que llevaba a la muerte de forma instantánea.

C) El UNICORNIO:

Era un animal fabuloso, totalmente blanco, con cabeza y patas de caballo y un largo cuerno recto situado en medio de su frente. Símbolo de la santidad y de la castidad, el unicornio era una imagen frecuente en los tapices de la edad media. Ha sido ampliamente utilizado en emblemas heráldicos.

D) LA SALAMANDRA:

Este animal no sólo resiste al fuego, sino que es capaz de apagarlo, y cuando ve una llama carga contra ella como contra un enemigo al que sabe muy bien cómo vencer. La piel de este animal se considera a prueba de fuego. Esta fábula se basa en el hecho de que la salamandra, cuando se irrita, secreta por los poros de su cuerpo una considerable cantidad de un líquido lechoso, que, sin duda, podía defender su cuerpo del fuego durante unos instantes.

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